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martes, 10 de abril de 2007

Segunda Meditación

EL DIA QUE ME QUEDÉ SIN RELATOS

Se cruza la línea. Finalmente, el narrador se narra a si mismo como protagonista de una de sus historias. Al lado de la cálida chimenea y con el perro parlante como coro, hará de juez y parte en lo que parece el final perfecto de la serie. Desde luego existen riesgos, pero son calculados, después de todo, desde el cómodo sillón, todo ya ha sucedido.

Nuestra historia comienza cuando el protagonista echa mano del “dudoso” milagro de la sopa de piedra para resolverle los apuros de hambre a un mendigo. El cocinero del rey, victima de aquella estafa, decide llevar al cuentista frente al monarca. Sin embargo, el rey termina premia el ingenio del narrador dictaminándole la siguiente “sentencia”. Durante un año, el protagonista tendrá que contar una historia a la corte. Si un día fallase en su cometido, si llegara a sorprenderle la noche sin algún cuento, su carne irá a disolverse en la olla hirviente del cocinero. (Nótese aquí la conjunción entre la amenaza mortal que pendía sobre Shereazade y la muerte que aquella narradora le destinó a sus cuarenta ladrones)

Así pues, durante 364 días, el narrador será más que solvente con su penitencia. Tiene la suerte de que su pena coincide con su oficio y con su mejor pasatiempo. El rey y su corte por su parte no pueden estar más deleitados. El talento del narrador se convierte en prestigio y este deviene en fortuna, con la cual llegan las comodidades y también una dedicada esposa. Sin embargo, en el último día de su sentencia (o de su contrato), el narrador despierta sin historias que contar. En plena laguna creativa, su vida se ve trastocada por una visita inesperada. El misterioso mendigo a quien había auxiliado con la piedra de sopa, reaparece en escena y no precisamente para darle las gracias.

Por el contrario, entre juegos de dados que no debieron aceptarse así como irresponsables actos de magia, nuestro narrador y protagonista dilapida su tiempo, pierde la fortuna acumulada con esposa incluida. Termina incluso involucrado con la amputación de los dedos del cocinero así como con la desaparición del propio hijo del rey al final de una cuerda mágica. Esto no sucede sin que antes, el mendigo – quien tiene obvias dotes de mago – transforme al narrador en conejo y de ahí en pulga y de ahí en nada.

Pero entonces, cuando las cosas no pueden estar peor, algún círculo se cierra y el narrador se materializa de nuevo –en realidad cae aparatosamente- en el mismo patio donde había encontrado al mendigo horas antes. Con el caen las monedas apostadas. La esposa también reaparece para rescatarle del suelo. Quizás todo lo ha soñado, pero ya no hay tiempo para averiguarlo. Es de noche y los guardias conducen al narrador donde el rey . El cocinero, cuyos dedos nunca se perdieron, parece intuir que el narrador viene sin nada que contar.

Pero en esos minutos desesperados frente a la corte, nuestro protagonista sólo apela a relatar, a modo de excusa, los extraños y penosos acontecimientos –o ensoñaciones- que no le permitieron preparar un relato para aquella jornada. Una vez más, y cuando todo parece perdido, su habilidad termina salvándole. En lugar de ir a parar a la olla de aceite, su explicación inverosímil y delirante resulta ser la historia que le faltaba. En realidad, en aquella sumatoria de eventos absurdos e inconexos, la corte y el rey – y de paso nosotros- oyen la mejor historia de todas.

Y así, en el día en que se quedó sin relatos, nuestro protagonista echó mano del menos comestible de todos sus relatos: aquel conformado por su propia travesía diaria, la de esos acontecimientos imposibles de contar o confesar. Así pues, del mismo modo en que puede prepararse una sopa de la piedra menos alimenticia, es posible armar una narrativa, quizas la más autentica, con los restos perdidos y olvidados del día. En realidad, el mendigo habría devuelto un favor con otro: una jornada hecha de sus jirones.

Lo que ha sido descrito corresponde al capitulo “A Story short” de la serie The Storyteller. Probablemente la mejor variación de la historia de la sopa de piedra con la que haya tropezado este modesto lector.
Aquí los videos - en ingles -

3 comentarios:

dèbora hadaza dijo...

Vaya vaya, asi q se propone darnos piedras a comer...! Sabe? Son deliciosas, por lo menos esta. Chauu

bajamar dijo...

..qué buena historia, me recordó esas antiguas historias populares como pedro urdemales o la de los clavos en la olla...que ingenioso transito el de los trovadores, me encantan los cuentacuentos, maravilloso y noble oficio. Tú eres uno muy bueno

un saludo

Pierrot dijo...

Gracias por sus saludos...

Les aclaro (como aparece al final de este posteo en letras un poco mas pequeñas) que lo que les redacté era una breve adaptación del capítulo "One short story" de "The Storyteller" (El narrador de cuentos, la serie de Jim Henson con John Hurt en el papel del narrador)

Me interesaba darle vueltas a este capitulo porque la piedra de sopa aparece ahora conectada con el tema de la narración. Cómo podemos tomar de los restos del día (sean ensoñaciones, sean sueños, eventos sin ningun sentido) una ruta hacia el relato. Por ahora dire ello...en otras meditaciones se entenderá a que intento ir (si es que llego allá).

Debora:
Gracias por visitarme religiosamente a este blog.
Prometo que nadie se rompera las muelas con los siguientes posts. ;)

Belquis:
Gracias por tu visita. En efecto, los materiales para una buena historia (sea la que termine en publicación o la que alimenta la explicación secreta a la propia vida) pueden ser tomados de cualquier lugar.

Pero más interesante todavía es cuando los propios materiales (una palabra, un sueño, una imagen) simplemente nos toman.

Bajamar:
Gracias, aclaro que lo que sucede en el capítulo de Storyteller (escrito por Anthony Minghela, que creo que es el del Paciente Inglés) es lejanamente superior que la modesta sumilla que coloqué en el post bajo otros fines.