Piedra de Sopa 6

SOBRE UN CIGARRILLO

Ziggy, el primer gato cenizo nacido en esta casa, se mueve inquieto sobre mis fotocopias e insumos de trabajo. No puede distinguir entre salir de si mismo o escapar a la calle. Lesiones recientes me dicen que tampoco sabe escoger entre la cruda cópula de los felinos o el frío bálsamo de las primeras noches al aire libre. Simplemente, lo quiere todo.Luego de tantos pasos de boomerang sobre la mesa, ya me es imposible ignorarle. Poco a poco abandono mi disposición para con mis labores. Mi brazo derecho sigue haciendo anotaciones mientras con el otro voy abrazándole tratando de que no altere más esta endeble cartografía de mis papeles. Tengo mi derecho a engañarme con mis planes y mapas.

Pero ya es inútil. Aquel piano insolente se abre paso hasta acomodar su cabeza en mi pecho. Y mientras encuentra en mi monótono latido una orbita transitoria, dejo caer el lapicero convencido de que ya fue suficiente trabajo por hoy. Empiezo a decirle algunas de esas cosas inauditas que se dirigen a quienes no pueden responderlas. Supongo que de eso trata este rol de administrador de estas criaturas provengan del barro, de la costilla ajena o de la fragua de la que salen todos los becerros inoportunos. Lo sabe el pastor que cuenta insomne la misma oveja faltante: todo es inútil cuando algo extraño demanda ser adorado.

De repente, como una conspiración susurrada desde la celda contigua, un leve sismo sale de su cuerpo devolviéndome variantes mas elaboradas del redoble que reparte mi sangre. "También la piel y sus palabras debieran traspapelarse", parece decirme sin esperar que realmente le entienda. En el final de su pelaje, mi mano va encontrando algunas sordas costras y otros trazos de ceniza que van llegando a la playa como naufragios maduros. No son solo los restos de heridas secretamante cicatrizadas bajo el oleaje. Se trata más bien, de aquellos animales de cristal triturados a diario bajo mi puño cardiaco. Me son devueltos como cálculos inofensivos, grises pesadillas a las que nunca debí temer. Pero así es esto.

Después de todo, mas allá de lo que demuestran cuchillos y navajas, es difícil postularle una piel concluyente a esta criatura capaz de confundir su límite con aquello que le rodea. Ahora dormita al lado de esta bomba de tiempo. Luego girará con las ruedas celestes de los autos robados. Un poco después, se encontrara en los desgarramientos de alguna gata. Pero también, en los restos de un ladrido, en el final de un cascabel o en las mejores plegarias del frío, y así con todo lo que encuentre, pues simplemente lo reclama todo.

No recuerdo si al separarnos yo volví igual a mis tareas. Sólo sé que por lo menos aquel felino expiatorio no retornó a casa. Dejó tras de si este brazo adormecido para la escritura así como aquella función vacía entre su nombre cenizo y todos esos cigarrillos que como asmático jamás necesite. Aquellas deslumbrantes hogueras de bruja que me recuerdan que el aire y su comercio son también otra intermitente mano de hidra condenada a ser amputada y recuperada con cada respiración. Así hasta que el puño reviente harto de perseguir tanta rueda bajo el amor rupestre, exhausto por cargar con los pecados de una ciudad cuyos muros jamás abandonar.

Ergo, eres el cigarrillo.